Después de haber pasado el viernes en Tula, y de poder repasar lo que vimos a la distancia, física y de tiempo, hay varias cosas que me parecen importantes. Les conté que lo que más me sorprendió cuando llegamos es que parecía un pueblo fantasma. Salvo unos cuantos, 4 o 5 policías que estaban a la entrada del centro, eran pocos los habitantes que asomaban el rostro.
Los policías nos dijeron, que todos habían trabajado hasta muy noche y estaban descansado. Para las 9 de la mañana que ya habíamos terminado, el moviendo era otro, rondaba por ahí un camión del ejército, había algunos elementos de la Marina limpiando una escuela, y un grupo de personal educativo, limpiando otra escuela. También nos encontramos con personal de Pemex ayudando en las labores de limpieza. El problema es que es tan grande, son tantas las calles afectadas, que la marina, el personal de Pemex, los vecinos, todo parece poco y hay tramos de la misma calle en donde parece nada.
La historia de Alberto, a quien entrevistamos al interior de un supermercado es la que mejor retrata lo que les pasó a los habitantes de Tula, quienes aseguran que en cuestión de veinte minutos, el agua ya tocaba el techo de sus casas. Alberto estaba arriba de un tráiler cuando el nivel de agua empezó a subir.
Subió tanto que acabo arriba de la cabina del tráiler
Ahí arriba, estuvo dos días.
Si se fijaron en la fuerza que lleva la corriente, era más que obvio porque la ayuda no podía llegar. Como Alberto, estaban las personas que se quedaron en las azoteas de sus casas, también dos días, bajo la lluvia, con la claridad de que habían rescatado lo único que importa: su vida y la de sus familiares.
La tragedia se cuenta en dos etapas:
La emergencia, aquella en la que hay que rescatar a las personas para que no queden en sus casas atrapadas bajo el agua. Así la única opción sea esperar en un techo bajo la lluvia dos días. Y la segunda, cuando el agua se va. Ya no está la adrenalina con la que se sobrevive, es el bajón que queda además envuelto en lodo. Estamos hablando de capas y capas de lodo adentro de las casas para recordarle a las personas todo lo que el agua se llevó.
Para Alberto, todas las cosas del super que quedaron bajo el agua y tendrán que tirarse a la basura, para Roberto sus herramientas de trabajo y todos los electrodomésticos que iba a reparar. Y así en cada casa o negocio, aquello por lo que tanto trabajaron.
Lo más sorprendente de todo, no fue la imagen del lodo, las casas tras la inundación o como la calle se fue llenando de vida mientras llegaba la ayuda. Fue ver la forma en la que estas personas se enfrentaban a la tragedia. La frente en alto, la certeza de que para reponerse solo queda seguir trabajando y para eso se necesitan ganas.
Ya a nuestra salida, nos encontramos con una persona que trabaja en una panadería. Cuatrocientos kilos de harina quedaron bajo el agua. “Voy a la panadería a limpiar”, me dijo, tenemos que apoyar para recuperar el trabajo que tenemos.
Después de haber tenido la oportunidad de cubrir lo que sucedía alrededor edificios recién destruidos por el sismo del 19 de septiembre del 2017 y ver lo que pasó en Tula mientras buscaban recuperarse, me queda una sola e importante lección. No se peleen con sus vecinos, con sus amigos, o con desconocidos por diferencias políticas. Cuando el escombro esté sobre tus hombros, o estés a punto de quedar bajo el agua, serán ellos y ellas los primeros en rescatarte, no los políticos a los que a veces apasiona defender.
