Antes de comenzar, quiero hacer algunas aclaraciones, quien esto escribe podría vivir en pants y chanclas, y aunque la conversación inició por las críticas a Tatiana Clouthier, Secretaria de Economía, en su visita a Estados Unidos, prefiero despersonalizarla, así hablamos de ideas y no de gente. Sobre todo porque creo que Tatiana es una mujer inteligente y si habláramos de ella, valdría más hablar de cómo su visita fue prácticamente un encuentro entre la espada y la pared, lugar difícil en el que creo que pocos quisieran estar.
¿Es la crítica a la forma de vestir de alguien violencia de género? Sí y no. No, porque si hablamos de funcionarias y funcionarios públicos, la crítica en este sexenio ha sido pareja. El presidente ha sido objeto de estas observaciones cientos de veces. Aunque hay que reconocer que generalmente la mayor carga se la llevan las mujeres. Ahora, en la forma de la crítica sí puede haber violencia de género, y creo que esa hay que condenarla siempre. Una cosa es referirte a una prenda, y otra al cuerpo de quien la porta. Lo segundo me parece inaceptable.
“Dress for the job”. ¿Cuántas veces hemos escuchado esa frase que implica que la ropa te ayuda a colocarte en el lugar que buscas estar? No sé si lleguemos a evolucionar al momento en el que eso sea irrelevante, y me pregunto si está idea está solo sostenida en de prejuicios nefastos que todos negaríamos tener, el clasismo es uno de ellos.
La moda ha limitado especialmente a las mujeres y ha sido barrera de lo que supone deberíamos de ser. Y eso empieza desde la primera infancia.
Al inicio del gobierno de Claudia Sheinbaum, una de las medidas que mayor controversia causó, fue cuando anunciaron que niños o niñas podrían usar falda o pantalón en el uniforme, según les pareciera. Los más escandalosos leyeron esto como si fuera un mandato a que los niños usaran falda, y dejaron de ver todo lo que implica para una niña poder usar un pantalón en la escuela, de entrada, subir escalones sin la preocupación de que algún compañero esté viendo desde abajo.
La moda también habla sobre el momento en el que vivimos, política, social y económicamente. Así como es una herramienta para “conseguir el trabajo”, también lo es para mandar mensajes. El morado de Kamala Harris en la toma de posesión o el pantalón largo y los zapatos sucios que comunican la identificación con el pueblo bueno y sabio, de aquel que ya no se pertenece. Sobre todo, si lo comparamos con un sexenio anterior en el que el cuidado de la imagen era la norma. Cuando la ropa comunica demasiado, para un lado o el otro, juega como una trampa, pues el mensaje principal, el que debería importar, pasa a segundo término.
Y pareciera que caemos en la trampa una y otra vez.
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